Hace algunos años oí que la música es el único arte capaz de emocionar. Al principio pensé, qué tontería, pero es absolutamente cierto. Ahora algunos pensaréis en alguna escena de un película que os emocionó muchísimo. Yo digo, que sin la música que había de fondo en ese momento el resultado no habría sido el mismo. La pintura, la escultura, el teatro... todos son artes, pero, en mi opinión, requieren de formación para llegar a apreciarlos, y de una sensibilidad cultivada con el tiempo. El baile, sin la música no tendría sentido.
El ser humano necesita de la música. Antes de pintar en las paredes de las cuevas, nuestros antepasados les cantaban nanas a sus hijos y celebraban rituales con percusión y cánticos. Los niños, antes de hablar, ya tararean las canciones que escuchan en el coche. Todo hombre o mujer disfruta de la música. Apreciará más un tipo u otro, pero lo que es indudable es que es capaz de cambiar el estado de humor, de emocionar y hacer disfrutar como ningún otro arte lo consigue.
Bernal A.
miércoles, 20 de febrero de 2013
domingo, 17 de febrero de 2013
Una Breve Historia de Casi Todo
Una breve historia de casi todo, de Bill Bryson es un libro que te abre los ojos ante la
realidad. No podemos ser conscientes de lo complejo que es el universo y lo
difícil que es que tengamos existencia hasta haberlo leído.
Nada
más empezar el prólogo ya es sorprendente. El ser humano está formado por
millones de átomos ordenados de una forma muy especial, incluso irrepetible,
que hace que tenga vida. Lo extraño es que, esos átomos, por sí solos u
ordenados de otra forma, no constituyen nada parecido a un hombre, ni siquiera
a un ser vivo. Esto es lo más maravilloso de la vida y lo que nos hace
plantearnos la existencia de un Creador que la haya instaurado en la Tierra.
Las probabilidades de que haya otro planeta que reúna esos requisitos son
demasiado remotas para que lo que descubramos. Por ello, ¿no tiene sentido
hablar de un Dios que dirija todo?
En
mi opinión y por lo leído en el libro, sí. El mundo es perfecto. Lo rigen miles
de leyes que lo hacen funcionar a la perfección desde hace millones de años.
Siempre se ha oído eso de que la naturaleza es muy sabia. ¿Y si es Dios el que
lo es?
lunes, 4 de febrero de 2013
Ponerse malo
Ayer por la noche, justo cuando me metí en la cama, empecé a sentir que me encontraba mal. Tenía agujetas por todo el cuerpo y me dolía la tripa muchísimo. Al principio le eché la culpa al pollo al curry que había preparado mi tía antes de ayer, pero pronto empecé a maquinar...
Quién no lo ha hecho. Por la noche empiezas a notar que algo no va bien y empiezas a planear tu no-ida al cole del día siguiente. Pues dicho y hecho. Planeé, pero sin mucha esperanza; porque en realidad no me encontraba tan mal. La sorpresa ha llegado esta mañana. Me despierto y, como en mis mejores sueños, me sigo encontrando mal. Bastante mal. Le digo a mi padre que no voy al cole y él acepta sin rechistar. Me duermo otra vez y cuando me despierto a las 12:45 me siento como si un hombre de color me hubiera hecho una visita a las 11 y me hubiera dejado muy perjudicado. Ya sabéis a lo que me refiero. Dolor en todo el cuerpo, especialmente la cabeza, y el dichoso pollo al curry todavía haciendo efecto en mis intestinos. Muy desagradable todo.
Al final ha resultado que gracias al teatrillo (tampoco tanto, en verdad) que le he echado esta mañana a las 9:30 me he librado de pasar el peor día de mi vida en el cole. Aún así, lo he tenido que pasar en casa, con mi hermana y su amiga no dejándome dormir en el sofá de mi salón; hablando ellas de temas interesantísimos y muy relevantes. Bueno, pues todavía no he probado bocado después del pollo de ayer, miedoso de que tenga un resultado parecido a mi malestar general. Sinceramente, habría preferido ir al colegio que pasar el día que estoy pasando aquí, sobre todo escuchando a mi hermana. Supongo que "karma is a bitch".
sábado, 2 de febrero de 2013
Don Sami Khedira
Aquellos que me conozcáis sabréis que hay un jugador de fútbol, entre los muchos que aprecio, que me gusta especialmente. No es otro que Sami Khedira.
Cuántas veces he podido oír desde que el alemán llegó al Madrid los típicos "Pero si ese es un patapalo", "No sabe tocar la pelota, se tropieza con sus propios pies" o "Teniendo a Granero cómo puede sacar al paquete ese". Es muy sencillo. Sami Khedira es un luchador, un atleta y sobre todo, un jugador inteligentísimo. Es esa clase de mediocentro que nunca pierde la posición, que siempre se ofrece para recibir y que todo lo que hace es por y para el equipo. Es un gladiador desinteresado que, a pesar de lo que muchos creen, no se dedica a defender y pegar patadas. Corre y corre, se desmarca, toca, pone centros, tira y luego vuelve.
Todo esto me sirve para analizar un problema mucho más serio y profundo: los prejuicios. Don Sami, como a mí me gusta llamarlo, llegó al Madrid después de hacer un gran Mundial. El problema es que nadie lo sabía. Nadie conocía a este alemán con pinta de musulmán; grande, tosco y con expresión seria. Si el chaval llega a ser bajito, "humilde" con muchísimo toque y, por supuesto, de "La Roja", o al menos español; otro gallo habría cantado en su momento. Nadie lo apreciaba ni se fijaba en lo que hacía, porque lo que importaba era que le quitaba el sitio a Granero, español y canterano; el ideal de futbolista que todos sueñan con tener en sus filas. El Real Madrid no quiere tener españoles y canteranos en su plantilla. Como ya instauró Don Santiago Bernabéu, el Madrid solo quiere a los mejores del mundo, sean de Albacete o de Las Islas Caimán.
Así que, tanto en el fútbol como en la vida, no podemos juzgar algo nuevo porque "me lo esperaba de otra forma" o "yo quería otra cosa". Hay que amoldarse y apreciar lo que recibimos, aunque no fuera exactamente lo que queríamos. Es igual que la comida: "He probado chuletones mejores". Qué pasa, ¿que el que te estás comiendo no está bueno? Es muy posible que sí; pero son las comparaciones las que nos matan.
Cuántas veces he podido oír desde que el alemán llegó al Madrid los típicos "Pero si ese es un patapalo", "No sabe tocar la pelota, se tropieza con sus propios pies" o "Teniendo a Granero cómo puede sacar al paquete ese". Es muy sencillo. Sami Khedira es un luchador, un atleta y sobre todo, un jugador inteligentísimo. Es esa clase de mediocentro que nunca pierde la posición, que siempre se ofrece para recibir y que todo lo que hace es por y para el equipo. Es un gladiador desinteresado que, a pesar de lo que muchos creen, no se dedica a defender y pegar patadas. Corre y corre, se desmarca, toca, pone centros, tira y luego vuelve.
Todo esto me sirve para analizar un problema mucho más serio y profundo: los prejuicios. Don Sami, como a mí me gusta llamarlo, llegó al Madrid después de hacer un gran Mundial. El problema es que nadie lo sabía. Nadie conocía a este alemán con pinta de musulmán; grande, tosco y con expresión seria. Si el chaval llega a ser bajito, "humilde" con muchísimo toque y, por supuesto, de "La Roja", o al menos español; otro gallo habría cantado en su momento. Nadie lo apreciaba ni se fijaba en lo que hacía, porque lo que importaba era que le quitaba el sitio a Granero, español y canterano; el ideal de futbolista que todos sueñan con tener en sus filas. El Real Madrid no quiere tener españoles y canteranos en su plantilla. Como ya instauró Don Santiago Bernabéu, el Madrid solo quiere a los mejores del mundo, sean de Albacete o de Las Islas Caimán.
Así que, tanto en el fútbol como en la vida, no podemos juzgar algo nuevo porque "me lo esperaba de otra forma" o "yo quería otra cosa". Hay que amoldarse y apreciar lo que recibimos, aunque no fuera exactamente lo que queríamos. Es igual que la comida: "He probado chuletones mejores". Qué pasa, ¿que el que te estás comiendo no está bueno? Es muy posible que sí; pero son las comparaciones las que nos matan.
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